Esta nota la he querido hacer hace mucho tiempo, creo que no me decidía porque no sabía y no se aún, si puedo trasmitirla con la magnitud que se merece.

Es un hecho que ocurrió hace mucho tiempo y que llevaré conmigo toda la vida entre las vivencias más fuertes que haya tenido, un pedacito de lo mucho que viví con mi amigo "Colita".

Nunca les conté quien fue mi primer amigo sordo, fue cuando era niña allá en el pueblo donde pasé la mayor parte de mi niñez. Como ya describí mi familia vivía muy humildemente en un pueblo llamado Cuadro Benegas. Separados solo por un río, quedaba otro pueblo que creo todavía se llama Capitán Montoya, ahí vivía Colita, en una estancia donde se dedicaba a cuidar vacas y seguramente a muchas otras tareas, de esas que son duras, mal vistas y que generalmente pasan desapercibidas porque nadie les da valor, pero que son fundamentales para que las cosas marchen.

Me contaron mis padres que se rumoreaba era hijo de una mucama que tuvieron los estancieros y según decían, era hijo del estanciero. Esta mujer, al nacer el niño, lo dejó abandonado al destino que ahí le pudieran dar. Era no solo huérfano de padres, era huérfano de identidad, de cariño, de familia, de futuro, pero creo que , y lo pienso ahora cuando recuerdo verlo siempre sonreír, que no era huérfano de júbilo ni de agradecimiento por lo escaso que recibía.

Colita dormía en unos trapos que más parecían un nido, en un rincón del galpón que ni puerta  tenía, tampoco tenía otro ser humano a su lado en las noches en esa estancia, lo sé porque solíamos ir a buscar leche ahí y más de una vez nos mandaban a buscarlo al galpón.

La primera vez que lo vi fue en el campo que estaba frente a mi casa, mi primer intento fue salir corriendo, me quedé petrificada por el espanto de ver tanta maldad descargada en esa persona pero me detuvo su risa, solo alguien tan inocente y noble podía sonreír pese a su triste situación y evidente ultraje e indiferencia. Después de un rato de mirarlo corrí a casa para contarle a mamá, cuando lo vió me dijo,- ah si Selvi es el mudito de la estancia, seguro que anda mirando a ver si alguien le alcanza algo de comida-. Mi madre entró a la cocina y me alcanzó un plato de ñoquis para que le llevara, así lo hice, cuando me vio con la comida sus ojitos brillaban como si vieran lo más grande que podía esperar. Me senté a mirarlo mientras comía, aunque creo que esa no es la palabra, "devoraba" todo con un hambre que después entendí, era permanente en él.
Después de ese domingo, porque era un día que se tomó como un hábito, volvía siempre y más o menos a la misma hora y el ritual siempre era el mismo, solo cambiaba la comida, podía ser un plato caliente o lo que mamá me podía dar para él. Después que terminaba su comida me relataba con señas caseras pero muy bien trasmitidas todo lo acontecido en la estancia, era tan bello que nunca contaba tristezas, solía relatarme las fiestas que ahí se hacían incluso bailaba imitando todo lo que había visto seguramente desde un rinconcito donde nadie lo veía.

Ahora comprendo que no sólo era la comida lo que lo traía frecuentemente a casa. Disfrutaba de nuestras charlas, de ver que me hacía reír con sus historias, de encontrar en mi inocencia un espejo que su dura vida no había logrado apagar. Nadie puede vivir aislado, los seres humanos hemos sobrevivido porque desde los primeros momentos de la vida vivimos en tribus. Necesitamos del otro y desafortunadamente, solo algunos, disfrutamos de ayudar al otro, de ser parte de su vida.

Después que se iba me quedaba meditando largamente sobre mil formas para poder ayudarlo, se me llenaban los ojos de lágrimas como ahora mientras escribo y recuerdo como si fuese ayer su carita.
Su carita es la misma que diariamente veo hoy en televisión, miles, millones de seres "iguales que nosotros" pero con destinos totalmente trágicos, sin casi ninguna esperanza, abandonados a su propia suerte y absolutamente transparentes para la sociedad. ¿Nos hemos vuelto tan insensibles que no los registramos, que no nos importan? ¿Hasta cuándo seguiremos tan insensibles?

No me pregunten qué edad tenía, creo que era muy joven dado que aún conservaba todos sus dientes pese a que seguro nunca supo lo que era un cepillo, su barba larga era negra sin canas, otra razón para creer que era joven, vestía harapos muy sucios y calzaba zapatos tan viejos y rotos como también a veces, un zapato en un pié y una zapatilla en el otro, su piel era mágica, el sol no había podido curtirla era normal y limpia, seguramente el agua del río cumplía su parte en eso ya que era la única generosa con él. Pese a todo eso irradiaba una luz como nunca vi, creo que si existen los ángeles Colita era uno de ellos, el más bello que haya visto. Mi madre me observaba comprendiendo mi dolor y trataba de distraerme con alguna ocurrencia como cuando un día le dije, -mamá cuando sea grande me voy a casar con Colita para cuidarlo-, ella sonreía y me decía -vaya a saber si él querrá casarse contigo jeje, deja de pensar Selvi y ven a ayudarme con la casa-. Creía que de esa forma yo olvidaba a mi amigo y retornaba a la realidad. O mejor dicho, a esa falsa realidad que hoy veo en todos nosotros cuando miramos para otro lado para no ver tantas injusticias.

Hoy, cuando reniego de todas las sinrazones que se ven en este mundo, cuando me pone triste tanta indiferencia hacia aquellos que poco o nada tienen, cuando veo que nos comportamos casi como animales sin entendimiento frente a dolores que, con solamente un poco de humanidad podríamos resolver, cuando veo a tantos Colitas, me pregunto ¿qué habrá sido de mi Colita?

Un día hubo una tormenta muy grande de las tantas que solía haber ahí, la crecida del río era tremenda llegaba hasta casa y pasaba por arriba del puente rojo que estaba muy sobre el río, llevándose caballos, vacas y todo lo que estaba en el paso, yo me agarré la cabeza y le decía a mi padre que me preocupaba el destino de Colita, mi padre callaba seguramente imaginando lo peor.
Estos silencios son los más preocupantes, mejor no hablemos de las cosas que nos pueden causar dolor o inquietud, si al final nada podemos hacer. Les aseguro que me resisto aunque soy parte de la gran mayoría que cree que, el que está enfrente no somos nosotros.

Pasaron dos días y el agua ya había bajado,  el barro permitía caminar cuando apareció el estanciero por casa preguntando si no lo habíamos visto, aunque parecía más preocupado por las vacas perdidas que por lo que le hubiese pasado a "Cola" como él lo llamaba. Mi padre se ofreció a buscarlo y yo lo seguí con toda la angustia que se pueden imaginar, pidiendo a Dios que estuviese vivo. Caminamos abriéndonos camino entre los montes y de pronto mi padre gritó mirando hacia arriba de un árbol, ahí estaba en la punta, no lo podíamos creer, fue difícil hacerlo bajar, sus ojitos aún estaban aterrados por lo vivido, imaginen que pasó dos días ahí sin saber qué hacer, era un milagro. Luego nos contaba cómo se aferraba al árbol cuando la creciente lo doblaba intentando derribarlo.

Aún hoy no me puedo imaginar porqué seguía aferrado al árbol, y que pasaba por su cabeza. La sordera causa miedo, eso lo puedo decir por experiencia, porque no se escucha y no se sabe muy bien que pasa y no te queda más que miedo.

Su vida no cambió, volvió a su rutina, yo quería traerlo a casa pero mi padre decía que el estanciero no lo permitiría ya que era un peón muy conveniente que trabajaba de lunes a lunes sin saber lo que era un pago ni siquiera una comida decente para compensar tanto esfuerzo y desgaste físico, además de eso mi padre siempre decía que ese hombre tendría un gran problema si Colita moría porque ni siquiera estaba asentado en un registro, no tenía un nombre, aunque daba por hecho que si eso ocurría seguramente lo enterrarían en algún pozo y nadie lo extrañaría, que equivocado estaba mi padre, yo aun lo echo de menos.

El tiempo pasó y nos fuimos de ese pueblo,  y trato de no pensar cuál fue su destino, solo confío que Dios haya sido bondadoso y no haya permitido que sufra en su momento final.

Nunca entenderé porque pasan estas cosas, imagino su dura niñez sin cariño y como sobrevivió a las enfermedades y las dificultades que por naturaleza pasamos todos, estando tan desamparado.
Colita no escuchaba ni hablaba pero su paso por esta vida me enseñó que la grandeza de un alma pura e inocente solo es propia de algunos pocos, quiero creer que hay otro mundo después de la muerte donde algún día nos encontremos. A veces por las noches lo recuerdo y me reconforta los momentos juntos que pasamos, que aunque hayan sido breves fueron únicos, charlando con nuestras señas caseras a falta de su voz pero que no impidió nuestra comunicación e identificados por nuestra sordera, también recuerdo su risa, franca e inocente y entonces cuando las lágrimas me pueden salgo al patio y miro al cielo queriendo verlo en una estrella, imagino que de allá me sonríe, que allá está bien y feliz.

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