Sé que lo
de la pandemia nos tiene mal a todos y es lógico, nos preocupamos por nuestros
hijos, padres, hermanos y por el mundo en general.
A los
sordos que leemos los labios también se nos complica con los tapabocas y muchos
son ya los que se amargan por esta dificultad. Sería mejor no hacernos drama y
enfocarnos en lo que tenemos, que es mucho, (vista, olfato etc, etc); ni hablar
de que estamos vivos.
Cada día es
un triunfo, cada despertar un milagro y además pensar que no será siempre así, ¿saben
lo que vale eso? Yo como muchos también leo los labios, como otros tantos también estoy implantada y como todos también me gustaría escuchar, pero si no
puedo, de una cosa estoy segura, las venas no me las cortaré ni tampoco me
sacaran lágrimas.
No soy ni
la más valiente ni la más animosa, solo sé que pasé gran parte de mi vida
sufriendo por no oír y, mientras, no disfruté de lo hermoso que tiene la vida.
Creo que son lecciones que aprendemos en el camino; yo por ejemplo cuando
conocí a los sordos señantes aprendí a reír y a darme cuenta que nunca se
terminan los recursos, y aunque nunca seré tan buena como ellos señando me
defiendo bastante con este idioma de las manos. Pero como muchos de ustedes no
dejé de soñar con volver a oír, aunque fuese un cachito, y ¿saben qué? me
implanté de un oído.
No fue tan
fácil la recuperación, pero poco a poco se empezaron a ver (oír) los
resultados, y aunque en ese momento lo ignoraba también comenzaba un gravísimo
problema. Como lo dije en algunas de mis primeras notas sentía como chispazos
eléctricos al cepillar mis dientes y la lengua, no le di importancia, me
dijeron que eran secuelas que quedan y van desapareciendo con el tiempo, como
la cosa no era tan grave me dije que bien lo valía si lo comparaba con oír de
nuevo.
Pasó un
tiempo y los chispazos se convirtieron en unos gatillazos que dolían bastante y
me hacían gritar porque me encontraban desprevenida, a esta altura me convencí
que era un problema de la dentadura y me sacaron varias muelas que
lamentablemente no debí sacar porque estaban buenas pero que preferí hacerlo
porque el malestar era bastante feo, el problema creció y un dentista sugirió
que viese a un neurólogo.
Recién ahí
descubrieron que era el trigémino y aunque nadie me lo haya confirmado estoy
segura que fue la cirugía la que lo causó, ya sé que no hay que operarse con
cualquier médico, eso siempre lo tuve claro, de hecho me operé con un brillante
cirujano, una eminencia de sanatorio Allende, tampoco lo culpo, todos erramos
en esta vida, nadie es perfecto, el asunto es que el trigémino genera unos
dolores tan brutales que ni el implante quería ni podía usarlo, esta horrible
enfermedad me tuvo mucho tiempo como un muñeco, sin una vida, vivía dopada por
la medicación tan fuerte y mi calvario no terminaba ahí, no me alimentaba y ni
el agua podía tomar. Por estos estados me internaban cada dos por tres y volvía
a la misma cantinela, llegué a pesar 40 kg cuando mi peso normal es de 55,
caminar sola solo era un sueño, mi esposo me llevaba al baño para hacer mis
necesidades y también para bañarme. Ya escuchar era lo de menos, tan solo
quería poder valerme por mi misma.
Pasaron los
meses así y logré que me hicieran un calentamiento del nervio para atenuar el
dolor y poder recuperar algo que me permitiera volver a vivir como una persona.
Lo logré, no es para siempre ni está totalmente curado por ahí vuelven los
dolores aunque lejos de aquellos que viví.
Entiendo
que tanto padres como profesionales quieran darle una oportunidad a sus hijos
de tener la dicha de escuchar, pero habiendo pasado por tan grave dolencia, yo
tendría mucho miedo si lo tuviera que hacer de nuevo, es más pienso si esto le
pasa a un bebé o un niño que tremendo sería. No sé si hay otros casos y tampoco puedo
asegurar al ciento por ciento que mi neuralgia del trigémino tuvo su origen en
el implante, pero ….
Cuando miro para atrás, veo que lloré
porque no tenía el don de escuchar y mientras lloraba no disfruté del resto de
los sentidos que Dios me concedió. Si pudiese inspirar a los sordos les diría:
sigan sonriendo, acepten la vida con alegría, agradezcan por todas las cosas
que tienen y esperen que pronto la gente se sacará los tapabocas y volveremos
todos a ser los mismos de siempre.
Yo por mi parte, cuando pueda salir a
la calle luego de la cuarentena, voy a tratar de reírme, sentarme en una mesa
de café y empezaré a sumar porque restar no ayuda.
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